El mecanismo de Anticitera: ¿cómo los griegos crearon un computador hace 2.000 años?

En 1901, buzos que exploraban un antiguo naufragio frente a la isla griega de Anticitera hallaron algo que cambiaría la historia de la tecnología: una estructura corroída de bronce, con engranajes complejos, que más tarde sería bautizada como el mecanismo de Anticitera. Hoy, más de un siglo después, aún desconcierta a los científicos.
El mecanismo de Anticitera, un hallazgo adelantado a su tiempo
El mecanismo data del siglo II a.C. y está compuesto por más de 30 ruedas dentadas de bronce perfectamente calibradas. Investigaciones modernas demostraron que servía para calcular con gran precisión eclipses solares y lunares, fases de la luna, posiciones planetarias y ciclos olímpicos. En esencia, se trata del primer computador astronómico conocido.
Su nivel de sofisticación no sería igualado hasta más de mil años después, durante el desarrollo de los relojes mecánicos europeos. ¿Cómo lograron los griegos tal nivel de precisión sin maquinaria industrial?
Teorías, réplicas y misterio
Estudios recientes con tomografía computarizada permitieron reconstruir buena parte del sistema interno. El físico Tony Freeth y su equipo lograron incluso hacer una réplica funcional en 3D. Sin embargo, aún se desconoce el propósito exacto del mecanismo o si existieron más dispositivos similares.
Algunos historiadores creen que fue diseñado por discípulos de Arquímedes o Hiparco, mientras que otros consideran que fue una creación aislada de un genio anónimo. El hecho de que se encontrara en un barco hundido sugiere que era una pieza valiosa, quizás reservada para élites científicas o religiosas.
Un legado que desafía la historia
El mecanismo de Anticitera no solo reescribe la historia de la ingeniería antigua, sino que también nos obliga a cuestionar cuánto conocimiento se perdió con el paso del tiempo. ¿Qué otras tecnologías avanzadas pudieron haber existido y desaparecido sin dejar rastro?
En tiempos donde se valora la innovación digital, este artefacto silencioso —forjado hace más de 2.000 años— nos recuerda que el ingenio humano no es exclusivo de la modernidad.



