
La ciencia parece avanzar en cuestiones de la vida extraterrestre. Aunque más previsores que los seguidores de la ufología, al formular la hipótesis de la presencia de vida en el universo.
Los científicos siempre tuvieron en cuenta la radiación emitida por fuentes tan poderosas como las explosiones de supernova o los focos de rayos gamma. Pero el efecto estirilizante de los agujeros negros nunca se había tomado en consideración.
«Esta consideración debería impulsarnos a re dibujar el concepto de zona habitable galáctica. No todos los puntos de la galaxia, de hecho, tienen el mismo potencial de albergar vida», explicó el astrofísico Armedeo Balbi, de la Universidad de Tor Vergata, Roma.
Si bien el centro de la galaxia sería un lugar totalmente estéril, cuando más nos acerquemos al borde disminuye también la densidad de los elementos pesados, necesarios para la vida. De ahí que los astrofísicos sostengan que el mejor lugar para vivir en la Vía Láctea es su zona intermedia, justo donde se ubica nuestro sistema solar.
Afortunadamente, nuestro sistema solar esta ubicado a unos 24.000 años luz, más bien en los suburbios de la galaxia, aunque relativamente igual lejos de su borde. Por lo tanto, hemos sido bastante afortunados al escapar de la radiación de Sagitario A.
Según los autores del estudio, los astrofísicos Balbi y Francesco Tombesi, los agujeros negros no son en realidad los que emiten la radiación, de hecho, nada puede escapar de ellos. Es la propia materia a su alrededor que, antes de ser devorada, se acelera a velocidades extremas y se calienta, emitiendo al espacio unos vientos de rayos X y luz ultravioleta tan intensos que podrían literalmente «arrancar» la atmósfera de nuestra Tierra si viviésemos a solo 1.000 años luz a su alrededor.
Pero en estos momentos, el «apetito» de Sagitario A se encuentra en declive. Hace unos 8.000 millones de años, cuando el agujero negro probablemente pasó por el período de su mayor crecimiento, la Tierra y el sistema solar ni siquiera se habían formado.